Sinopse
    
      El último lector es una obra donde se desdobla al escritor como lector; peor no sólo al escritor, él es el pretexto que Piglia aprovecha para concatenar una serie de lectores que siempre están al límite, sin embargo "No reconstruye todas las escenas de lectura posibles, sigue más bien una serie privada; es un recorrido arbitrario por algunos modos de leer que están en mi [el de Piglia] recuerdo". Es un viaje al umbral entre lo real y lo ficticio, donde ambas posiciones se confunden en la frontera y no son más ni una ni otra, son lo que son dependiendo del enfoque. Apunta Juan Domingo Argüelles: "El último lector es un libro inteligente y ameno, pero su autor, en ocasiones, es víctima de la confusión entre realidad y fantasía que él mismo examina". Y esto es verdad. Aparte de la cita apócrifa más obvia del libro ( La primera representación espacial de este tipo de lectura ya está en Cervantes, bajo la forma de los papeles que levantaba de la calle. Ésa es la situación inicial de la novela, su presupuesto diríamos mejor. Leía incluso los papeles rotos que encontraba en la calle, se dice en el Quijote (I, 5).), Piglia no puede dejar de coquetear con su manera de crear ficción y hace otra vez como en Nombre falso una serie de citas apócrifas descubiertas por Juan Domingo Argüelles; a saber: "Borges, a quien Piglia se refiere continuamente, y quien más de una vez practicó la cita apócrifa". En sus 6 capítulos más prólogo y epílogo, Piglia no puede ignorar la pauta con la que abre el libro: un breve y delicioso pasaje con el hombre que ha duplicado la ciudad de Buenos Aires a escala; y que además pregunta acerca de un dracma que le han pagado por ver su artificio: "¿La hizo usted? [...] Si es falsa, entonces es perfecta". Es importante recalcar que Piglia dice del libro: "Mi propia vida de lector está presente y por eso este libro es, acaso, el más personal y el más íntimo de todos los que he escrito". Es, entonces, una invitación directa a recorrer la narrativa del autor desde su antípoda: la del lector. Aquí parece estar la clave para descifrar el libro. Así como en Nombre falso es menester que el lector tome una participación activa para descubrir el artificio, aquí también es necesario que lo haga: el lector es el exégeta. Contradictoriamente Piglia nos ve llevando de la mano por las páginas como al lector pasivo, es una progresión del lector que culmina en el último. Es también un libro donde Piglia a veces deja del lado el tema central, para adentrarse en otros que al tema central sólo lo toman como pretexto para. Se pierde a veces en divagaciones y le es difícil entonces la ilación del lector. "Es un libro limítrofe entre el ensayo y la crítica", diría la doctora Laurette Godinas. Pero más allá, es un libro cuya substancia es la frontera misma, es una amalgama homogénea, el horizonte en alta mar al mediodía. No hay una línea tajante que divida, ni la relación ficción, realidad; ni la división ensayo, crítica; ni la escisión de lector, autor. Todas estas duplas contrastantes adquieren un sentido y significado únicos. Son la clave, la condición del exégeta. El lector es entonces el ente que ase la realidad a partir de la literatura, y desde allí le da sentido a la razón; pero funciona de igual manera a la inversa. (Aquí es menester hacer la anotación del propio Juan Domingo: "Cuando incursionan en la prosa de reflexión, muchos narradores tienen la deformación profesional de confundir "literatura con novela o de creer que el único género que merece el nombre de literatura es la novela. Le pasa a Ricardo Piglia en El último lector. El lector del que habla es, estrictamente, un lector de novelas y cuentos. De tal manera, este libro, para ser justo, debió intitularse El último lector de novelas.) Y así, el último lector es el estudioso de su propia vida a partir de un simple esquema A-O-L (autor, obra, lector). Es el que da la continuidad a lo que se escribe, como en un perenne diálogo, obra mediante, entre el ente autor y el lector. En el drama este esquema se ve más tangible: la reacción del público es inmediata, el autor no debe esperar a que alguien le diga si tal o cual chiste de verdad hicieron reír a la gente. Así el último lector tiene la capacidad de empatía, ponerse en los zapatos de otro, de ese otro que es él y deja de ser al mismo tiempo en el acto de leer. El exégeta, pues, se disuelve en esa frontera entre lo real y lo ficticio, dependiendo únicamente para ser de qué lado del espejo se encuentre, qué posición de sus dos partes inseparables de lector ocupa. El lector depende, en última instancia, de sí mismo. Como diría Borges citado por Piglia: "Podemos leer la filosofía como literatura fantástica". Fuente: http://es.shvoong.com/humanities/theory-criticism/499713-el-%C3%BAltimo-lector/#ixzz2CFIhlExg